SOBRE LA TRAGEDIA DE SIRIA
Iván Sánchez Mateos.
Fuimos testigos presenciales de la invasión de Iraq en 2003. Nuestro propio
Presidente nos representó en las brigadas internacionales por la Paz. Las
brigadas regresaron, pero él se quedó en Iraq como escudo humano, denunciando
una agresión justificada con mentiras, protegiendo la Biblioteca y el Museo
Arqueológico. Fue testigo directo de los bombardeos indiscriminados contra la
población civil y la invasión de las tropas norteamericanas (aliadas) en Bagdad.
En el propio año 2003 ya tuvimos conocimiento que las intenciones
intervencionistas pasaban por dividir Iraq en cuatro partes, enfrentando a las
diferentes confesiones musulmanas y al pueblo kurdo. Posteriormente anticipamos
que la contienda se extendería por Siria e Irán y, por último, que se
pretenderá trasladar la población palestina a Jordania para dejar sus
territorios libres a Israel.
¿Podemos creer lo que nos cuenten los "otanistas" sobre los conflictos en
Oriente Medio? Tenemos claro que la guerra en Oriente Medio es parte de un plan
estratégico, orquestado con un final cierto. Con la intervención militar quedó
preparado el escenario idóneo - guerra, pobreza, injusticia y desesperación -
para hacer triunfar el caos del que emergen los sentimientos más radicales.
"Divide y vencerás" (Julio César): promociona el odio y haz que se peleen entre
ellos para debilitarse; después podrás apropiarte los recursos y aparentar ser
el héroe que viene a salvarles.
Instalada la mecha del polvorín de las emociones, sólo había que esperar los
acontecimientos que la encendieran. En un territorio en el que sobreviven
personas de diferentes facciones religiosas, no podían tardar en emerger líderes
con ánimo de obtener protagonismo y ganarse el paraíso. Era previsible que,
detrás de estos profetas, religiosos o demócratas, miles de parias se lanzaran a
luchar en las cruzadas. Y así está ocurriendo, tal y como diseñaron en algún
despacho.
El gran problema que se planteó en su día fue el cómo plantear la guerra en
occidente, cómo gestionar la sensibilidad social para justificar una aventura
bélica irracional. La mentira, tarde o temprano, flota. La solución llegó con la
explotación de una industria del miedo liderada por las principales agencias de
inteligencia y el poderoso aparato mediático creado a golpe de talonario. Se
trata de que sea la propia población, agotada y bloqueada por
sobre-estimulación, la que termine exigiendo la protección de sus Estados. Los
gobiernos, bajo chantaje económico de mercado, plantean diferentes panoramas en
los que condicionan dicha protección a la renuncia de derechos civiles hasta la
fecha incuestionables. Una jugada maestra de los dueños de un sistema que
agoniza y queda obligado a evolucionar, naturalmente, hacia una nueva versión
del feudalismo.
Una incesante exposición a la violencia o la catástrofe, aún tratándose de
ficción hollywoodiense, llega a crear angustia. Las propias noticias muestran
material gráfico y explícito de crueles atentados, macabros asesinatos a sangre
fría y amenazas directas a la población. Esa información queda impresa en
nuestro cerebro, alterando nuestro entendimiento e influyendo en nuestro
comportamiento. La sociedad, entregada a la comodidad material e intelectual,
reacciona al estímulo mediático instintivamente. Por la vía emocional se busca
justificación social para el uso de la violencia que aniquile la amenaza.
El argumento global del terrorismo parece otorgar autoridad moral a los Estados
para mover enormes negocios multimillonarios a través de empresas involucradas
en la industria de la defensa y seguridad. Unas veces para intervenir
directamente en conflictos. Y, otras, para justificar la inversión en "métodos
preventivos" de defensa. Somos los propios ciudadanos los que terminamos
encadenados a nuestra bandera, dejando actuar libremente a nuestros
representantes sin exigir explicaciones.
Los presupuestos mundiales dedicados a Defensa se disparan. Países como España
se han endeudado escandalosamente para comprar material militar moderno con el
que participar en las mal llamadas "misiones de Paz": operaciones de guerra o
intimidación encubiertas, cuyo objetivo es mantener el control militar en zonas
estratégicas del planeta. Paradójicamente, esta proliferación de intervenciones
militares contrasta con el inmovilismo político-diplomático demostrado ante las
tragedias humanitarias causadas por múltiples causas (conflictos, hambrunas,
catástrofes naturales, etc.). Una hipocresía mayúscula. Una tragedia tapa a
otra, con ánimo de distraer una verdad global. Hoy se habla incesantemente de
Haiti, de la crisis en Grecia, de la contienda en Irak y Siria. Pero en unos
meses el problema parece haber dejado de existir.
Siria ha sido una de las víctimas de la mal llamada "primavera árabe", un más
que sospechoso levantamiento popular por la democracia en países
estratégicamente localizados. Siendo loable que el pueblo se organice para
mejorar sus condiciones de vida, llama escandalosamente la atención el grado de
organización y medios con los que cuentan dichas revueltas desde el primer
momento. Hasta el punto de militarizarse y enfrentarse abiertamente a los
ejércitos oficiales, contando con el apoyo oficial y material (confesado) de
diferentes potencias y organismos internacionales.
Las terribles imágenes de Aleppo forman parte de un espectáculo mediático que
busca desprestigiar a unos y justificar a otros. Juegan con nuestros
sentimientos como parte de una táctica de guerra. Nadie nos va a contar la
verdad sobre las masacres o las violaciones de los Derechos Humanos que existen
en Oriente Medio. Nadie sale a dar explicaciones sobre el tráfico de armas y
material de guerra que está causando el genocidio. Sin embargo, sí vemos
verdades contrastadas en Turquía, en sus campos de concentración externalizados,
contratados por la Unión Europea; en el régimen sionista de Israel, en la
destrucción de ciudades milenarias, en Guantánamo, en Abu Ghraib, en la deuda
militar española, en las mentiras de la "cumbre de las Azores".
Si queremos ver un final a las atrocidades genocidas de Oriente Medio, debemos
buscar soluciones en las raíces del problema: los intereses económicos, sociales
y culturales de las políticas imperialistas. Lo inmediato debería de ser el
cese de venta de armas al yihadismo político-religioso y la restauración de la
soberanía de los países. Después se debería de ayudar a reconstruir la Paz
dejando que los habitantes reconstruyan y gestionen su propio territorio bajo
criterios de Cultura, Convivencia y Solidaridad. Por último, denunciar, juzgar y
condenar a todos aquellos actores en la sombra, causantes de los conflictos y
generadores de inestabilidad por puros intereses egoístas e inhumanos.
En recuerdo de las víctimas de la guerra en Siria y por el fin definitivo del
conflicto, hacemos un llamamiento a la movilización de la población mundial
contra el negocio de las armas, las políticas imperialistas y la manipulación
mediática.
@ Fundación Francisca Mateos, Lucha por la Paz |