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Una de las grandes aficiones que
tuvo Dª. Francisca fue viajar. La jubilación le aportó
tiempo para ampliar su experiencia fuera de los límites
fronterizos. Quiso visitar in-situ todo aquello que
durante su vida solo pudo consultar por libros y fotos,
conocer a personas que viven otras culturas, otras
religiones.
Durante los viajes nunca mostraba su cansancio, aunque a
veces era evidente. Siempre estaba dispuesta para
visitar lo que fuera, sin importar la dificultad del
camino, el clima o la lejanía del destino. Solía ser la
que animaba a los demás para continuar, la que siempre
llevaba la guía del país y proponía las visitas. Una vez
llegado al destino, era una persona que siempre
aprovechaba cualquier momento para empezar a hablar con
cualquier persona que encontraba a mano, aunque no
hablaran en el mismo idioma. Muchas veces se podía
llegar a creer en la telepatía, porque resultaba
increíble ver como podía mantener conversaciones en
español con personas que hablaban en otro idioma. Y se
entendían, porque terminaban haciendo amistad y
manteniendo correspondencia. Quien no entendiera el
concepto de carisma, podría haber visto su
representación en la persona de Dª. Francisca.
Su capacidad de adaptación a nuevas culturas era
asombroso. Cuando la reacción general ante lo
desconocido era la precaución y la observación, ella
siempre se acercaba, preguntaba y atraía tras de sí a
los demás. De esta manera, podíamos verla acompañando al
Patriarca ortodoxo, o rodeada de jóvenes con melenas que
le intentan explicar su forma de entender las cosas. La
apariencia, la edad o la posición social nunca fue un
obstáculo para la comunicación. La barrera del idioma la
superaba con la predisposición al entendimiento, ya que
existe el lenguaje universal de la vibración positiva de
las personas.
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