Las circunstancias de la
post-guerra convierten a las escuelas en auténticas
casas de acogida. D.ª Francisca Mateos eleva entonces su
profesión a términos heroicos, acogiendo, enseñando y
alimentando a su alumnado con los pocos recursos de los
que se disponía en la época. Su profesionalidad, humanismo y carácter
alcanzan unas cualidades memorables. A cambio, un mísero
sueldo que ni siquiera podía cobrarse con regularidad.
"Pasas más hambre que un maestro de escuela" - dice, con
razón, un proverbio español.
D ª Francisca reunía todas las
buenas cualidades de un buen maestro: vocación, una
buena preparación (obteniendo las mejores notas en las
oposiciones), inteligencia, gran capacidad para
comprender y analizar, decisión, paciencia, sensibilidad
y carisma.
A pesar de la inestabilidad
horaria y de localización que implicaba su profesión (y
la de su marido), supo conjugar la vida familiar y
profesional dedicando tiempo y esfuerzos por atender a
todos, Una vez estabilizada la familia
en Madrid, D.ª Francisca decidió emprender una nueva etapa profesional
como directora de grupos escolares, puesto que aceptó
sin renunciar a la docencia, su verdadera vocación.
Recuperó escuelas de las ruinas,
administrando los recursos públicos con una efectividad
increíble, sacando máximo rendimiento de los recursos
que dispuso. Como responsable de escuela, siempre fue la
primera en dar ejemplo a los demás, no amilanándose ante
las dificultades, y mirando siempre hacia delante.
Su trabajo no terminaba en las
aulas, ya que tuvo que luchar contra las duras
circunstancias de la vida y contra la cerril burocracia
administrativa. Donde los poderes públicos sólo ven
números, el profesional ve realidades. Los niños eran un
reflejo de la situación familiar, presentando carencias nutritivas y afectivas.
Dª Francisca se
preocupaba por las circunstancias personales del alumno:
o bien utilizaba su despacho como aula para ayudar al
niño en sus estudios, o bien se interesaba personalmente por la
situación de sus padres. Su despacho nunca fue un sitio
destinado al castigo o a la recriminación, sino a la
audiencia y a la comprensión. A diario abandonaba el despacho para ponerse el delantal y
convertirse en ayudante de cocina o camarera, para
servir personalmente la comida de los críos. En más de
una ocasión la visita del inspector de educación le
sorprendía con el delantal puesto. La alimentación era
un tema primordial en el desarrollo de aquellos niños y
ella siempre puso todo el empeño para que no les faltara
de nada. Y con esa tenacidad abrió todas las puertas que
se le pusieron en el camino, desde inspectores ,
alcaldes o ministros.
En la actualidad todavía
quedan personas que pueden dar testimonio del cariño y
agradecimiento hacia ella. Sus alumnos fueron
conscientes de que ella siempre luchó por conseguir todo
lo mejor para ellos.
Su inquietud por aportar ideas con el propósito
de mejorar el sistema educativo era constante. Su
experiencia y su tesón, unidos a sus logros
profesionales, le otorgaron el respeto y la admiración
de los Organismos Públicos, que siempre la tuvieron como
un referente en la materia. Donde siempre había una
puerta cerrada, ella lograba encontrar la llave para
abrirla y resolver un problema. Cuando se trataba un
asunto vital o de justicia nunca aceptaba una negativa
por respuesta. Insistía por uno u otro lado hasta que se
solucionaba el problema. Su cercanía a la gente, que siempre acudían
a ella para contarle sus problemas, le hizo un personaje
muy querido en cualquiera de las localidades o barrios
en los que trabajaba.
Fue pionera en
Incorporar el ajedrez a las tareas escolares para
potenciar el desarrollo del cerebro: el ajedrez es
una gimnasia mental- decía.
Y su preocupación
por la manutención de los niños llegó hasta tal punto
que cultivó sus propios huertos, con ayuda de sus
alumnos, en terrenos escolares para facilitar el autoabastecimiento y aliviar la
contabilidad del centro.
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